sábado, 9 de junio de 2012

NOVÍSIMA CRÍTICA DEL ESPECTÁCULO!!! Y creo que es la mejor de todas... ¿O no?



Cada familia es un mundo
Los vínculos en la actualidad parecen no tener límite. Las ciudades, los medios de comunicación, la tecnología nos permiten mantener y formar nuevos contactos. Para sostener esta abundancia de relaciones recurrimos a las clasificaciones. Así tenemos amistades de la infancia, conocidos del trabajo, gente que nunca vimos pero con la que chateamos constantemente, etc.
En este contexto parece inevitable que la familia padezca una desmembración. Como un reflejo de nuestro tiempo, Gabriel Virtuoso escribe, dirige y actúa la obra Monoparental, una pieza en donde se indaga con altura sobre el concepto de familia.
Sería injusto decir que hay un solo protagonista en escena. Todos los integrantes de esta curiosa familia poseen conflictos y personalidades lo suficientemente fuertes como para destacarse; pero gracias a su interacción se resaltan con éxito los intereses de cada uno. Tal es el caso de Julio o Toti (Virtuoso). Después de abandonar la medicina, este padre de familia intenta concretar su sueño de ser actor. La realidad no es benévola con él ya que sólo consigue animar fiestas infantiles. En el camino sabe que puede sacrificar algo más que el dinero: la tenencia de sus hijos. Quien le advierte de esta posibilidad es su divertido y sofisticado ex cuñado (Esteban Ciarlo). Carito (Gabriela Villalonga), su nueva esposa, lo alienta. Pero cuando decide ir en contra de la ley de matrimonio igualitario, comienzan los roces.
A este cuadro deben sumarse los hijos. Por un lado está Poly (Alejandro Villalba), hijo natural de Toti pero, paradójicamente, opuesto en todo sentido. La parafernalia, los  vaivenes y la pasión del padre no se ven reflejados en este hijo introspectivo, dark y conciliador. El delicado Luis (Fabio Golpe) y la temperamental Coqui (Ayelén Brola), que ya es mamá, son los hijos adoptados de Carito. Por su parte, Toti y Carito adoptaron dos niños (Lucía Marshall y Luciano Robba). Todos ellos tienen un abuelo malhablado (Pablo Mingrino), pero en realidad no es su abuelo. Este entramado familiar obliga a los personajes a una aclaración constante del parentesco, o como dice Coqui cuando se refiere a Julio: es mi papá básicamente.
El gran acierto de la obra está en enfrentar a estos seres a conflictos internos y externos. Por un lado, el abuelo se debate entre dejar los hábitos o formar una familia; lo mismo Roberto (Emmanuel Gardiner), quien oculta su ‘cariño’ a Luis detrás del fútbol. Es necesario aclarar que no existiría tal choque sin una correcta dirección y un gran trabajo actoral.
Uno de los personajes acierta en que todo parece un sainete melodramático. Se palpita en la obra un intento por reflejar las costumbres populares, los diálogos vivaces y contagiar un humor, por momentos absurdo, otras veces clásico e incluso vulgar. Sin embargo, hay dos momentos imperdibles que nos alejan de la estética realista.
La escenografía, a cargo de Laura Cardozo, tiene roles múltiples. En un primer momento las puertas por donde entran y salen los personajes nos remiten a una típica casa de clase media baja. Sin embargo, lo que prevalece es un aire infantil. Como si estuviéramos en una casa de muñecas, las paredes lucen acartonadas, una cortina de ducha nos separa del baño, hay un castillo armado con grandes bloques de colores y, sobre el fondo, un mural con muñecos colgando. Nuevamente, las primeras impresiones engañan. Con el transcurrir de la obra notamos que los dibujos y los juguetes representan a los personajes y a sus espacios.
Sobre la base de un problema actual, Monoparental nos obliga a reflexionar cuál es principio que estructura a una familia. ¿Son los lazos de sangre o las costumbres? ¿Es la ley quien tiene la última palabra o puede prevalecer el afecto entre sus miembros? ¿Es posible clasificar a una familia igual que antes? Las voces en off de unos niños armando una lista de animales (entre ellos, el hombre) nos dan la pauta de lo difícil y, por momentos, lo inútil que es intentarlo.
Lejos de proponer una mirada, la obra le otorga un prisma de posibilidades al espectador para que elija a su antojo. Podemos afianzar nuestras creencias como Carito, debatirnos entre perseguir lo práctico o un sueño como Toti, tener la posibilidad o rehusarse a formar una familia como Poly; o simplemente seguir la corriente del tiempo, como cuando éramos niños, cuando todo nos hacía brotar una sonrisa y la vida parecía más sencilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario